Aquel 21 de noviembre de 1958, los habitantes del Oriente y de Guayana venezolana recibieron la buena nueva de la creación de la Universidad de Oriente. Había vuelto la luz a esa hermosa región, y en el pasado quedaron los intentos fallidos de tener una institución universitaria que atendiese las necesidades propias de toda una porción importante del territorio nacional.

Con la aparición de la Casa más Alta como realidad permanente, lo perecedero de los ensayos realizados con anterioridad por concretar ese anhelo de tener centros de educación superior, dejó de ser ilusión y sencillamente de esos antecedentes sólo brilló la sed cultural y necesidad profunda de hacer realidad esa aspiración natural al desarrollo cultural, social, económico y científico tecnológico que se tiene como pueblo.
Nació así, ese año en los albores de la democracia, una Universidad distinta, innovadora, planificada y organizada para ofrecer respuestas a las múltiples necesidades y a las características propias de la región: la Universidad de Oriente, creada por el Decreto Nº 459 de la Junta de Gobierno presidida por el Dr. Edgar Sanabria, siendo Ministro de Educación el Doctor Rafael Pisani. Esta Alma Mater, definida como “la más apasionante y hermosa Institución de esta mitad de Venezuela”, no sólo fue fundada para formar los profesionales, especialistas y técnicos de alto nivel que se requerían; también se creó para ser organismo clave en el desarrollo de las investigaciones y en el diseño de los
múltiples programas de extensión que ha necesitado la región oriente sur para concretar su desarrollo.
El 6 de diciembre de 1958, la Gaceta Oficial de la República de Venezuela Nº 25.831, publicó el Decreto de Creación de la Casa más Alta del oriente venezolano. Su texto expresaba: “Art. 1.- Se crea la Universidad de Oriente, que se dedicará especialmente al desarrollo de estudios y profesiones técnicas. La Universidad tendrá la Facultad de Ciencias y la Facultad de Ingeniería Industrial, sin perjuicio de que, en el futuro, sean creadas las demás Facultades que las necesidades docentes vayan requiriendo”.
Precisamente, en esos tiempos de finales de la década de 1950 e inicios de l960, era cuadro común observar la emigración de los jóvenes orientales hacia otras urbes del país en la búsqueda de la formación universitaria. Otros muchos, especialmente hijos de campesinos, pescadores, mineros y obreros mantenían la tristeza propia de quien sueña en un futuro mejor sin posibilidad de alcanzarlo. La
no presencia en el oriente y la guayana de instituciones universitarias representaba el más significativo indicador de desesperanza de un pueblo que por años, había estado ilusionado en tener un faro de luz que irradiase en forma permanente la sabiduría a sus habitantes, al contar con una Alma Mater que estudiase su realidad y que preparase sus recursos humanos para afrontar con éxito las múltiples necesidades existentes en un entorno tan precario de soluciones. Esta limitación tan fundamental para el desarrollo de esta parte de
Venezuela, profundizaba la ausencia de profesionales en las muy diversas especialidades, haciéndola una de las zonas más deprimidas en los aspectos culturales y económicos.
Con el nacimiento de la Universidad de Oriente, los mares, ríos, montañas, llanuras, selvas y saltos, cedidos con generosidad por el Creador a la Patria de Bolívar, retomaron su verdadero sentido, iniciándose la construcción de toda una institución diseñada para ofrecer respuestas rápidas a la realidad de esos tiempos, incorporándose inclusive, programas orientados al desarrollo de Escuelas Medias de Carácter Técnico, como los proyectos de la Escuela de Pesca en Cumaná; la de Técnicos del Agro en Jusepín; la de Técnicos Mineros en Ciudad Bolívar o los
ofrecidos en las áreas de Mecánica y Electricidad en Puerto la Cruz. Fueron respuestas oportunas a esas necesidades puntuales que presentaban las distintas comunidades. La utilización de los mismos laboratorios, aulas y campos de trabajo, así como docentes e investigadores en una conjunción de estudiantes universitarios y trabajadores, profundizaron esa raíz de viva lección democrática
inspiradora en el principio de su creación. Hoy, transcurridos sesenta y dos años de su creación, queda en el recuerdo de los habitantes de la Casa más Alta, unas décadas de historia, como el mejor patrimonio de una institución que a pesar de la incertidumbre, seguirá siendo aula y taller donde se formarán las generaciones futuras de profesionales que han de transformar a esta Venezuela de tantas necesidades.

Armando Mariño. Cronista de la UDO. Barcelona; noviembre 2020