Cabras salvajes en las calles del Reino Unido, un puma en las calles de Santiago de Chile, monos paseando a su antojo en sitios por donde solo pasaban seres humanos, ballenas y delfines en el parque Mochima, peces variopintos surgiendo del mar azul como el cielo, una tortuga gigante a la orilla del mar en Carúpano, animales en la Gran Vía de Madrid… La naturaleza recobra su brillo verdoso y el planeta se rejuvenece con sonrisa de niño feliz.
Así están las cosas desde el surgimiento de ese terrible flagelo llamado coronavirus, que vino de China para amargarnos la vida a todos los habitantes de la Tierra. Para amargarnos la vida y hacernos entrar en razón, al mismo tiempo. Para demostrarnos el daño persistente y continuado que nuestras acciones desmedidas le estaban haciendo al planeta, devenidos en el cambio climático por el efecto invernadero, la agresión a la madre naturaleza manifestada en la tala y la quema de grandes ecosistemas, como el pulmón vital de la Amazonía o los bosques australianos; en vertederos marinos que matan a la fauna oceánica ahogada en el plástico; en la obstrucción de los cauces de los ríos para secarlos; en la toxicidad del ambiente, la polución que nos ahoga por nuestra persistencia en el uso del automóvil cuyos millones de escapes elevan a la atmósfera combustibles fósiles que dañan los pulmones tanto o más que el virus que nos mantiene encerrados desde hace varios meses en nuestras casas; en la minería irresponsable patrocinada por Gobiernos igualmente irresponsables como el de Venezuela, que con su letal carga de mercurio causa un efecto de largo alcance tipo Chernobil en los órganos de animales y plantas, matándolos con lentitud dolorosa.
Es tan grande el daño que científicos citados por el diario madrileño El País sostienen que en tres meses de cuarentena en China se han salvado más de cincuenta mil ancianos y unos tres mil quinientos niños menores de cinco años, porque la polución se ha difuminado al ser parados los automóviles y camiones y al cesar el rugido avasallante de las industrias citadinas.
De manera que al terminar la cuarentena tendremos un planeta renovado donde buena parte de sus habitantes podrán respirar aire puro por primera vez en años. Queda de nosotros aprender la lección y mantener el ambiente limpio, sostenible, haciendo lo contrario de nuestras prácticas lesivas, para bien de nuestros hijos y nietos; por lo menos en el resto del mundo, porque en Venezuela el aire seguirá siendo tóxico hasta que cambie este gobierno generador de tantos vicios y males a cuyos dirigentes únicamente les importa la permanencia en el poder por encima de los derechos más elementales del ser humano.
Solo entonces podremos acostumbrarnos a respirar en paz.
¡Qué vaina!, ¿no?
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Imagen: cortesía de Cititavis