Cursé bachillerato en un internado en el cual contábamos las horas para los jueves que eran de película. Instalados en el auditorio del liceo disfrutábamos de largometrajes casi siempre de vaqueros. “La bolsa o la vida” oímos infinidad de veces cuando enmascarados, revolver en mano, asaltaban diligencias o detenían caravanas.


Un jueves cualquiera nos sorprendieron con “Los Juicios de Núremberg” y el fastidio de la argumentación de fiscales y defensores de los jerarcas del nazismo dio paso al horror con escenas reales de campos de concentración donde murieron centenares de miles.

Desde esos días, sigo sin entender como un pueblo educado, trabajador, disciplinado, como el alemán fue capaz colectivamente de participar en el holocausto y convertir el asesinato en un ejercicio burocrático que poco remordimiento ocasionaba.  Ejemplo de ello: el programa T4 Aktion soportado en decreto de Hitler que autorizaba “según criterios humanitarios y después de valorar el estado de su enfermedad, una muerte de gracia a todos aquellos enfermos incurables”. A este tipo de muertes se les denominó en la jerga de entonces “muertes por compasión”, unas 200 mil entre 1939 y 1945.


Paso la cuarentena trabajando telemáticamente mientras digiero sólo una minúscula porción de tanto que se publica sobre el coronavirus. Miro las redes y sólo me detengo cuando topo con algo relevante y así lo hice con un twitter de @jmanalich, Ministro de Salud de Chile confirmando la primera fallecida por COVID-19 en su país, precisando que dada su edad se «optó por un manejo compasivo».


Vergonzosamente lo de Mañalich no es un caso aislado y en la medida que la cuarentena global enfría la economía se multiplican las voces que demandan retornar a la normalidad, aunque esta sea de alto riesgo, para preservar “la bolsa antes que la vida”.

No hay hoy tratamiento ni vacuna contra el coronavirus y desde la OMS advierten que se necesitan entre 12 y 18 meses para disponer de tales, de lo que se infiere cuanto puede prolongarse el periodo con el cual lidiaremos por la supervivencia.

El informe del Imperial College que obligó al premier Jhonson a virar su estrategia de mitigar a procurar suprimir el COVID19 en el Reino Unido presenta lo dramático de la diferencia en cuanto a número de muertes entre una y otra vía.

Más recientemente, un grupo de expertos de Harvard construyeron un modelo interactivo para los Estados Unidos con el cual muestran que precipitar la vuelta a la “normalidad” provocaría una explosión de infecciones, hospitalizaciones y muertes: 126,5 millones de contagiados y 1,3 millones de muertos contra 45 millones de enfermos y unos 350 mil muertos si se mantiene el distanciamiento social que es bastante más que el optimista cálculo de Anthony Fauci, epidemiólogo de la Casa Blanca

Es triste que cierren empresas, que se pierdan puestos de trabajo pero mucho más triste es la muerte de un ser querido. Ayer wasapeaba con un antiguo compañero de UM que ocupa una posición importante en Goldman Sachs, argumentó hasta el cansancio a favor de abrir los negocios y reactivar la economía. “If the eldery will die anyways why should we sacrifice our business for them?” –“¿Si los viejos igual morirán porque vamos a sacrificar nuestros negocios por ellos?”- escribió Tony quien nativo de Cuba se empeña en ignorar su castellano natal. “Buenísimo –le contesté- y eso ¿incluye a los viejos tuyos? ¿A tu Papá y a tu Mamá?”. Tardó una eternidad en responder para hacerlo con una habanera expresión: “deja la muela, compadre”
La bolsa no, la vida pero que no sea la mía” espetaría cualquiera al forajido de Jesse James.

Por: Luis Eduardo Martínez Hidalgo. Analista. Rector de la Unitec y Chancellor de Millenia Atlantic University, EEUU.

Imagen: cortesía Facebook Lo más importante es el dinero…